miércoles, 21 de octubre de 2009

57 FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN. EL CINE DE HOY ES ASÍ.



De todos es sabido que las películas a concurso de un certamen de primera fila como éste nos deparan sorpresas y desilusiones. Intentan aglutinar nombres de directores consagrados con cintas de países más o menos exóticos para acaparar noticias en cuantos más mejor medios del mundo.  Así nos encontramos que la sección oficial de esta edición contenía las películas Chloe de Atom Egoyan (El dulce porvenir, 1997), El baile de la Victoria de Fernando Trueba (Belle Epoque, 1992), El secreto de sus ojos de Juan José Campanella (El hijo de la novia, 2001), Le refuge de François Ozon (La piscina, 2003) y en ella estaban representadas las filmografías de España, Francia, Alemania, Canadá, Irán, Argentina, China, Estados Unidos, Australia, Turquía y Corea del Sur.

Decepcionó el cine francés con las películas de Ozon y Honoré y aburrió el alemán con Matthias Glasner. No llamó la atención la película de Egoyam, que abrió el festival con una adaptación lejana a su estilo, a medio camino entre el thriller de medio pelo y el erotismo de sentimientos vacuos. Con una narración a tres bandas, inicialmente de interés, llegamos a un desenlace obvio. Fuera de concurso, desencantó la vuelta de Fernando Trueba a las salas de cine, se atreve con la muy literaria novela homónima de Antonio Skármeta ganadora del Premio Planeta. Da la sensación que se le ha ido de las manos, que lo pretencioso supera el empacho, que la fabula se convierte en una alegoría incomprensible en la que Darín intenta sostener con su credibilidad actoral los huecos de la adaptación. No está equilibrado el argumento con la exaltación de la imagen en una película que agota en su metraje.

La mujer sin piano, el nuevo y segundo largometraje de Javier Rebollo después de la plúmbea y muy premiada Lo que sé de Lola, es una película de imágenes sensibles al estilo del más tradicional cine mudo, en la que el director no se cree que el espectador no entienda nada, no da explicaciones y mantiene a Carmen Machi contenida y muy actriz, en su primer papel protagonista. Ganó la Concha de Plata al mejor director. Con apariencia sencilla es para iniciados.




Pero hubo películas que merecieron la pena, y mucho. La mejor película del festival El secreto de tus ojos de Juan José Campanella se quedó sin premio, pero llenó el Kursaal de cine de otra época, de ese cine que ya no existe, de ese que nos emociona, que nos cuenta historias que nos las creemos. El grandísimo actor Ricardo Darín borda su papel de investigador de causas pobres en nuestro Buenos Aires querido fenomenalmente acompañado por Soledad Villamil y Guillermo Francella. Cuenta la historia de un secretario de juzgado a punto de jubilarse, que desea escribir una novela sobre un caso de la justicia que vivió treinta años antes. Para ello Campanella recurre al flash-back y nos adentra en los años setenta. Magnífica la secuencia del estadio de fútbol en la que el Huracán se enfrenta al Racing, lenguaje audiovisual que nos lleva del campo a la grada, de los jugadores a los investigadores, de la pelota a los hinchas.

Una cinta que deja dulce el paladar de los más cinéfilos y que encantará a los espectadores que no soportan que le cuenten historias pretenciosas o banales. Campanella, gran director de actores, mantiene la tensión hasta el final con una puesta en escena donde la buena banda sonora, la estupenda fotografía y la contenida dirección artística imponen un ritmo adecuado a la trama de intriga, amistad, amor y, por qué no, de un sutil humor. Clásica desde el inicio.




Por otro lado está Yo, también, de Álvaro Pastor y Antonio Naharro, es una película bien dirigida y estupendamente interpretada por Lola Dueñas. Cine social, muy de ahora, de integración, de superar barreras. Una relación de amistad que contiene el límite del sexo. Yo, también tengo derechos, grita Daniel, interpretado por Pablo Pineda, un chico con síndrome de Down y con título universitario. La pareja tiene fuerza y fue premiada por el jurado. No sin levantar viejas ampollas en cuanto al oportunismo mediático.




City of Life and Death del chino Lu Chuan fue la gran sorpresa, se alzó con la Concha de Oro, con una narración en blanco y negro de gran impacto visual y de una dureza que nos muestra que las guerras son brutales. Pero no deja de lado los personajes y cuenta historias de hombres y mujeres, de niños y ancianos, con enorme respeto que humanizan la bestialidad de los invasores. Sobresaltan sus fusilamientos y sus escenas que llenan la sala de pavor. Narra la invasión japonesa a Nanjing en 1937 desde el punto de vista de los dos frentes, con una suerte de objetivos en gran angular que nos introducen en planos súper panorámicos.


Como casi siempre la secciones paralelas ofrecieron mayor número de opciones y de mejor cine. Es difícil competir contra Malditos bastardos de Quentin Tarantino, una película violenta disfrazada de cine bélico clásico que todo el mundo quería ver, o contra Si la cosa funciona, una delicia de Woody Allen después de algunas cintas fallidas, o contra Precious la película de Lee Daniels, o contra La cinta blanca, la película en blanco y negro de Michael Haneke que nos invade de imágenes memorables acercándose a la maestría con una insuperable puesta en escena y un ritmo a veces agónico y grandioso. También estuvieron representados Ang Lee con su obra Taking Woodstock, Jim Jarmush con The Limit of Control y Terry Gilliam con The Imaginarium of Dr. Parnassus.

En resumen, ir a San Sebastián supone poder ver el cine que se hace en este momento en casi todo el mundo y disfrutar o sufrir de piezas que representan las formas narrativas de hoy en día. Mucho cine.

EL CINE YA NO EXISTE.