miércoles, 5 de mayo de 2010

EL ÚLTIMO TREN A GUN HILL




Hemos visto tanto cine que quizá nos llegue el hartazgo. Lo de hoy ya no es cine, es un complejo pastiche de audiovisual, sentimientos medulares y narrativas para lerdos. Siempre que deseo disfrutar, sobre todo en una tórrida tarde, recurro al cine del oeste. Me da la sensación que el único género puramente cinematográfico contiene, escondidas, las claves que te encuentras a diario en la vida: asaltos, duelos, envidias y malas personas.

Disfrutar de El último tren a Gun Hill (1958) es introducirse en el pueblo y observar atónito el devenir de la lucha de poder entre dos amigos que se querían y que se odiarán.

Dirigida, con contención, por el director americano John Sturges (Los siete magníficos, Conspiración de Silencio, La Gran Evasión) es una revisión del cine épico. Kirk Douglas y Anthony Quinn interpretan a los dos amigos cuyos caminos se vuelven a cruzar para matarse.

Las claves del género como la venganza, la justicia, la amistad, el amor fraterno, la sumisión, el racismo y la violencia nos recuerdan que aquel lugar puede ser el nuestro. Tras El tren de las 3:10 (de Delmer Daves, 1957) y Sólo ante el peligro (de Fred Zinnemann, 1952) el western cabalga en caballos de hierro y nos cita a una hora determinada: la del final.


El final es histórico (da gusto verlo en lengua nativa). Es una procesión hacia la muerte. Ya no se hacen películas así, ni copiando.

EL CINE YA NO EXISTE.

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